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Recuento del año.

Este 2012 trajo consigo muchas satisfacciones y enseñanzas. Estoy muy agradecida con Dios, que me da la oportunidad de poder experimentar esas vivencias para mi crecimiento en todos los sentidos. Hacer recuento de lo acontecido en el año, se ha vuelto una especie de ritual porque así puedo ver qué alcancé, qué me falta por alcanzar y qué quiero agregar a mi lista de las cosas de la vida antes de morir. Durante el año tuve varias presentaciones de mi segunda novela Expediente 93, en diferentes escentarios: Ensenada, Tijuana, Mexicali, Guadalajara y San Diego, Ca. Cumpliendo así una más de mis metas, el compartir con quienes se embarcan en esta aventura del mar de mis letas y esa complicidad que envuelve al lector en el mundo creado por el escritor. También y con respecto a esta historia "Expediente 93", inicié en conjunto con un reconocido Director, el guión de cine que llevará el título de "Una simple aventura" eso es un reto enorme, sin embargo, ya di el primer p...

Una mirada al bajo mundo.

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Esta anécdota, no podía dejar de escribirla; ya que independientemente de lo que se pueda pensar al leerla, me deja una nueva enseñanza. Siempre me había preguntado cómo serían esos lugares de mala muerte donde las mujeres bailan en derredor de un tubo en el centro de la pista. Pues bien, de eso se trata mi experiencia, de esa mirada al bajo mundo que jamás imaginé experimentar. El sábado pasado fue la despedida de soltera de mi amiga, se casa a finales de este mes y le organizamos una pequeña reunión sorpresa en el patio de su casa, con deliciosa botana, bebida, flores, velas, música, todo quedó de maravilla, disfrutamos de la velada entre pláticas y risas. De pronto, nos dice: — Quiero ir a un table dance. Me quedé con cara de signo de interrogación, igual y hubiera esperado que pensara en un bailarín, de esos musculosos, vestidos de bomberos, de policías o qué se yo, pero no, ella quería ir a un table dance. De las diez integrantes del grupo ninguna puso objeción y ni modo ...

¿La tribu Gwinch’in y usted, tienen algo en común?

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Por mil generaciones, la tribu Gwinch’in vivió en el norte de Alaska aislada casi por completo de otras culturas. Los miembros de la tribu eran completamente autosuficientes; sobrevivían gracias a las habilidades que les habían enseñado sus padres y mayores. En 1980, uno de los líderes de la tribu adquirió una televisión. Los miembros de la tribu describieron el evento como el principio de una adicción. Pronto empezaron a hacer caso omiso de las costumbres autóctonas para poder pasar más tiempo frente al televisor. Un investigador dijo sobre la experiencia de la tribu: “Para esos nativos, como para todo el mundo, la televisión es un gas cultural neurotóxico. No tiene olor, no duele, no sabe a nada y es mortífero”. ¿Qué pasó con las tradiciones Gwinch’in que habían existido por miles de años? En palabras de un miembro de la tribu: “La televisión nos hizo desear ser algo distinto de lo que éramos. Nos enseñó la codicia y el desperdicio y, ahora, todo lo que éramos ha desapareci...

Realidad o Ficción?

Me preguntan, si lo que escribo tiene que ver con mi vida. Yo sonrío y niego, niego porque no me parezco al científico de “La huida” que intenta desarrollar un medicamento y al mismo tiempo pretende poner en la balanza su moral. Niego porque no tendría valor para abandonar una hija e intentar continuar con mi vida, caminando por la existencia perseguida por los fantasmas del arrepentimiento, tampoco podría ser partícipe de utilizar a otro ser humano en algún experimento o ser una chica de mirada dulce y corazón frío. Sonrío y sigo negando el tener algún parecido con esa mujer de “Expediente 93” que lentamente va perdiendo su autoestima para dar paso a otra distinta a la que era, difiero de que en la vida el dinero es lo más importante como alguno de mis personajes opinaría. No utilizaría el chantaje para lograr algún objetivo, ni reprimiría mi sentir o pensar sólo porque no sería bien visto en el círculo social; por mencionar algunos de los temas que se desarrollan en mis novelas. Sin ...

El amor a los libros.

El amor que siento por los libros se lo debo a mi madre. Me obligó a leer “El milagro más grande del mundo” primera historia que tuvo a mano, para mantenerme alejada de la televisión una tarde de verano de 1989 y desde entonces la magia de las letras me ha retenido cautiva entre sus líneas. Segura estoy que de no haber sido por esa imposición, el hábito de la lectura no formara parte de mi vida, ya que en la escuela no contábamos con programas enfocados a motivarnos o despertarnos el gusto ni la costumbre por leer. Durante mi formación académica en el período que abarcaba de la primaria hasta la preparatoria, no tomé ninguna materia enfocada al arte o la cultura y nos desarrollara la percepción, el gusto, el entusiasmo y las ganas por conocer más del mundo que nos rodea, que no fuera mero requisito para pasar la asignatura. Yo contaba con la ventaja de que los libros me habían atrapado y eso fue lo que generó en mí una consciencia crítica, una ambición por cuestionar, por saber más...

Cambio de rumbo.

Me parece que escoger una profesión a la edad de dieciocho años es una faena difícil cuando no se nace con la vocación adherida a la piel y el sentimiento. Me identifico con esta premisa porque escogí una carrera sin experimentar pasión por ella, simplemente por cumplir con el requisito de ser universitaria y me subí a un navío que prometía un futuro próspero. Con el caminar del tiempo; fui descubriendo que las decisiones acertadas o no, desembocan en enseñanza y jamás me hubiera imaginado que el aprendizaje estaría en cambiar el rumbo, en la búsqueda más que material, de satisfacción personal. Así que intenté volcar el pensamiento como expiación de mi sentir y descubrí a través de las letras la respuesta que estaba buscando y aunque en la actualidad ejerzo lo que estudié, sigo creyente de que la escritura es mi destino. Sé que la mayoría de las personas en nuestro país no tiene el hábito de la lectura, sin embargo, intento contribuir para cambiar esa perspectiva. Hace algún tiempo est...

Hasta ese día parará.

Llevo casi 5 años viviendo fuera de mi ciudad natal: Ensenada, Baja California. Sin embargo; cuántos de nosotros aunque no estemos físicamente en el lugar que nos vio crecer lo llevamos en la mente y el corazón, porque es ahí donde aprendimos a descubrir quiénes somos, de qué estaban hechos nuestros sueños, crecimos con esa mezcla de olores, sabores, costumbres y tradiciones que son tan ricos en México, al igual que los valores familiares… y los que estamos lejos valoramos bastante. Por eso cuando pienso y analizo lo que está sufriendo mi país, mi pueblo, me asalta un dejo de tristeza, de ver que no ha habido avance, sino por el contrario, un retroceso en el crecimiento tanto económico como humano y no porque todos los ciudadanos se conformen, sé que la mayoría busca evolución, mejora, pero los poderosos son tan egoístas para ver más allá de sus propias necesidades y su hambre de poder, que por la misma codicia intentan mantener al pueblo sumido en la penumbra de la imposición y...