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Mostrando entradas de febrero, 2009

Aprendizaje.

Estuve ausente durante casi dos semana y en ese tiempo aprendí una gran lección, en alguno de mis escritos he comentado que siento que Dios nos habla a través de las personas y en efecto lo sigo creyendo, sin emabrgo, también creo que lejos de estar triste por lo que pasó, debo de estar consciente de que no siempre se dan las cosas como pensamos o queremos por alguna específica razón y eso es parte del aprendizaje. Les contaré brevemente mi anécdota. Recordarán que tenía pendiente un viaje a Ciudad de México para firmar contrato con el Politécnico Nacional, en el cual se llevaría a cabo la reimpresión de mi primer novela así como la distribición de la misma, pues bien, así lo hice, me dirigí a mi destino con gran emoción y para mi mayor desilusión me encontré con que todo había sido una mentira, el responsable de llevar a cabo la promesa de publicación solo estaba interesado en mi persona, —de la forma que se pueden imaginar claro está— queía un trueque, jajaja. Quizá esté acostumbrado

Inerte.

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Al verlo partir, sintió un vacío inexplicable, como si una parte de su ser hubiese perdido las ganas de vivir. La tristeza le invadió el alma, nublándole la vista y provocando que el llanto aflorara para finalmente humedecer sus mejillas, los enrojecidos ojos dejaban traslucir su pena, de eso no había duda. Jimena tomó las manos de Braulio entre las suyas, éstas empezaban a perder su tibieza, aquellas manos que durante algún tiempo fueron su apoyo, su tesón, su tesoro, aquellas manos que tantas veces le dieron soporte y otras tantas placer, aquellas que en repetidas ocasiones le acariciaron el rostro para limpiar sus lágrimas, ahora no le acariciarían mas, no tendrían vida. Nada en aquel ser tendría vida. Le acomodó los brazos de forma paralela al torso y sentándose sobre el borde de la cama, observó con nostalgia por última vez el pálido rostro del amor de su vida. Quiso salir de aquel lugar lo antes posible y deseó tener alas para volar, sentir el aire sobre su rostro para que limpia

Historia en el andén.

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El andén se encontraba atestado de personas presurosas por tomar el tren, Ricardo empezaba a desesperarse, la paciencia no era una de sus virtudes, lo único que le importaba en esos momentos era llegar a su destino lo antes posible. Sentado en la banca, extrajo de su bolsillo el reloj que había heredado del abuelo; que en algún tiempo estuvo sostenido con una larga cadena de oro, lo abrió con ansia para consultar la hora y con pesadumbre constató que el tiempo: (ese amo implacable que dominaba a sus esclavos con determinación inflexible y amenazaba con arrebatar la vida a mordidas para afirmar la inminente victoria de la muerte), transcurría presuroso y ya eran las 10.20 de la noche. Tronó sus dedos por inercia, no era que lo pensara sino simplemente era una forma de exteriorizar su nerviosismo, lo hacía desde pequeño, se percató de que sus dedos estaban un tanto chuecos pero no tenía la certeza de que fuera por aquel ejercicio. A lo lejos vislumbró que el tren, finalmente hacía acto d