Inerte.
Al verlo partir, sintió un vacío inexplicable, como si una parte de su ser hubiese perdido las ganas de vivir. La tristeza le invadió el alma, nublándole la vista y provocando que el llanto aflorara para finalmente humedecer sus mejillas, los enrojecidos ojos dejaban traslucir su pena, de eso no había duda.
Jimena tomó las manos de Braulio entre las suyas, éstas empezaban a perder su tibieza, aquellas manos que durante algún tiempo fueron su apoyo, su tesón, su tesoro, aquellas manos que tantas veces le dieron soporte y otras tantas placer, aquellas que en repetidas ocasiones le acariciaron el rostro para limpiar sus lágrimas, ahora no le acariciarían mas, no tendrían vida. Nada en aquel ser tendría vida.
Le acomodó los brazos de forma paralela al torso y sentándose sobre el borde de la cama, observó con nostalgia por última vez el pálido rostro del amor de su vida. Quiso salir de aquel lugar lo antes posible y deseó tener alas para volar, sentir el aire sobre su rostro para que limpiara sus lágrimas, su dolor, su congoja.
Había dejado arreglado todo lo relacionado al funeral una semana antes, cuando Braulio le había pedido que fuera realista y enfrentara la situación. Si no hubiese sido porque él le había hecho jurar que resolvería aquel trámite no lo habría hecho, no, estando él con vida aún, ahora ¿qué le quedaba? Solo los recuerdos de un amor truncado, un amor que le dolía en el alma, un amor para toda la vida.
Jimena acercó su rostro al de Braulio, le besó los párpados, la frente y finalmente los labios. Con un nudo en la garganta le susurró al oído:
— Nos encontraremos pronto, mi amor, se que me estarás esperando donde quiera que te encuentres.
No quiso decir nada mas, ya todo había quedado dicho justo antes de que el alma de Braulio abandonara su cuerpo, para siempre.
Jimena tomó las manos de Braulio entre las suyas, éstas empezaban a perder su tibieza, aquellas manos que durante algún tiempo fueron su apoyo, su tesón, su tesoro, aquellas manos que tantas veces le dieron soporte y otras tantas placer, aquellas que en repetidas ocasiones le acariciaron el rostro para limpiar sus lágrimas, ahora no le acariciarían mas, no tendrían vida. Nada en aquel ser tendría vida.
Le acomodó los brazos de forma paralela al torso y sentándose sobre el borde de la cama, observó con nostalgia por última vez el pálido rostro del amor de su vida. Quiso salir de aquel lugar lo antes posible y deseó tener alas para volar, sentir el aire sobre su rostro para que limpiara sus lágrimas, su dolor, su congoja.
Había dejado arreglado todo lo relacionado al funeral una semana antes, cuando Braulio le había pedido que fuera realista y enfrentara la situación. Si no hubiese sido porque él le había hecho jurar que resolvería aquel trámite no lo habría hecho, no, estando él con vida aún, ahora ¿qué le quedaba? Solo los recuerdos de un amor truncado, un amor que le dolía en el alma, un amor para toda la vida.
Jimena acercó su rostro al de Braulio, le besó los párpados, la frente y finalmente los labios. Con un nudo en la garganta le susurró al oído:
— Nos encontraremos pronto, mi amor, se que me estarás esperando donde quiera que te encuentres.
No quiso decir nada mas, ya todo había quedado dicho justo antes de que el alma de Braulio abandonara su cuerpo, para siempre.
¿Cómo enfrentaría la vida? No tenía fuerzas para continuar, no tenía fuerzas para despertar sola cada mañana, sintió escalofríos al encarar la triste realidad y darse cuenta que lo único que le quedaba era el recuerdo.
Se levantó de la cama y dirigió sus pasos hacia la salida, volvió la mirada en rededor y guardó en su memoria aquella última imagen: los aparatos del hospital permanecían en silencio absoluto, los que tantas veces le arrullaron con su característico sonido durante las largas noches de desvelos, la mesita a un lado de la cama que siempre decoraba con flores, la ventana cubierta por cortinas blancas y un pequeño rayo de sol filtrándose por ésta. El cuerpo de su marido… inerte, frío, rígido, sin vida.
Se levantó de la cama y dirigió sus pasos hacia la salida, volvió la mirada en rededor y guardó en su memoria aquella última imagen: los aparatos del hospital permanecían en silencio absoluto, los que tantas veces le arrullaron con su característico sonido durante las largas noches de desvelos, la mesita a un lado de la cama que siempre decoraba con flores, la ventana cubierta por cortinas blancas y un pequeño rayo de sol filtrándose por ésta. El cuerpo de su marido… inerte, frío, rígido, sin vida.
Comentarios
Quizá sólo hay que ir con ella, ahogarte en ella.
Un viejo maestro, un maestro muerto, lo dice.
.-)
No digas siquiera que estas muerto, recarga esa energía.
p.d. Extraño tus escritos.
Un abrazo
Yo soy aprendiz de brujo, únicamente.
.-)